jueves, 8 de mayo de 2014

Invocación al vacío. Thomas Ligotti.


Cinco velas ardían en todo momento, en las cinco puntas de la estrella. Nunca se apagaban. El hombre que estaba de pie en el centro era alto, y su frente estaba tensa. La camisa en otro tiempo blanca había amarilleado para reflejar la luna en el oscuro cielo sobre los árboles retorcidos al otro lado de la ventana. Dentro sólo había una enorme habitación vacía con la solitaria estrella, las cinco velas y el hombre.
También estaba el libro, sobre el que el hombre se inclinó para leerlo en el centro de la estrella. El Libro de los Malditos. Hablaba de otros mundos, y el hombre los invocó. Tuvo visiones, visiones en el humo de las velas, bajo la luz de la luna que brillaba sobre el mortecino suelo de la estancia. Los estampados de las paredes giraban a la luz de las velas y de la luna.
Los mundos se abrían en flor y se marchitaban, giraban y se detenían, florecían y se pudrían. En el humo de las velas. Pero todos eran el mismo. Todos tenían distintos colores, exactamente como el que él conocía, y diferentes estaciones: cada una latía como un corazón acorralado.
―Ya basta de sangre ―gritó, atragantándose―. Estos mundos simplemente imitan el mío ―y, de nuevo―: ¡Basta ya de sangre!
Las velas, la luna, el estampado de la pared y el aullido que se percibía del viento; y todos acordaron darle la bienvenida a este otro mundo, que ya era el de ellos.
Ahora también sería el suyo.
Las llamas apenas se agitaron cuando se estampó contra la estrella, con el rostro tan blanco por encima de su amarilla camisa y bajo la amarilla luna. Un hermoso blanco sin sangre.
Qué idiotas los que pensaron que estaba muerto: los que lo enterraron en aquella tierra pegajosa, tan húmeda y cálida en verano. Y oscura como la sangre.



Título original: “Invocation to the Void”, 1994. Traducción de Marta Lila Murillo.




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